Siempre supe de finales.
Hablo de parques que ya no acuden
a la memoria ni siquiera
pronunciando los nombres propios
que les hicieron cobrar vida.
Transité cíclicamente caminos
en los que no escribí ni un trozo de historia
aún pudiendo hacerlo: perdí,
por miedos indescriptibles,
la posibilidad de recordar y ser recordado
ya sea como piedra o abrigo
en los recorridos que forman toda una vida.
Volví a lugares de partidas
sabiéndome esperado y ya conocedor
del abrazo del reencuentro
para luego volver a irme, a no estar,
a no dejar huellas ni corazones rotos.
Hablo, al fin y al cabo,
de vivir como si se estuviera muerto.
Hoy, sin embargo, mi cuerpo se rebela
ante los temblores de un final inminente,
me lleno de nombres y teléfonos
intento último de prolongar todo lo sucedido
desde el comienzo.
Prolongaré contactos para la creación de fantasmas
a base de voces sin rostro tras la línea telefónica
y continuaré, a través de la distancia, como compañero
de mis compañeros
para no volver al sabor amargo
de lo que, por cobardía, jamás llegó a nada.
Sobre la extensión del tiempo dilataré
la posibilidad de historias para, así, no llegar
a otro desenlace nulo ni a un hueco en el pasado.
Luego ni siquiera las noches despierto
o los amaneceres desesperados
harán mella en mí:
no habrá ni motivos ni sangre
para un último momento de valentía:
viviré en un tiempo pálido
con los espectros de todos los que se van
y jamás cerraré este capítulo.
3 comentarios:
Yo no creo en los finales, aunque las primeras líneas los describen tan bien, que me quedé pensando.
me quito el sombrero contigo... me encanta tu manera de escribir.
lo que yo queria, gracias
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