lunes, 25 de febrero de 2008

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Qué si hubiera valido
mi fuerza cuando hice girar al mundo
y la tensión de músculos
ahora relajados
como los potros mansos
que comen a tus pies,
si hubiera actuado acorde al fuego
o a la chispa cuando la llama
en mí era menor,
si hoy a vos estuviera enraizado
y colocado entre tus rizos.

Qué si ahora, entre los
brotes de deseo y el instinto
animal que teme parir la flor
de la sangre y el semen,
no me estuvieran prohibidas
las parcelas de tu cuerpo.
Concentro
el mundo en tus rodillas y a ellas
les pertenezco y en su órbita,
como miembro de todo lo que albergás,
me manifiesto: marcho y en vos dejo,
para que veas, aceptes y recojas,
el trozo de mí que lleva tu nombre.

lunes, 18 de febrero de 2008

Francis Scott Fitzgerald

Un escritor como yo ha de tener una profunda confianza en sí mismo, una inmesa fe en su buena estrella. Se trata de un sentimiento casi místico, una sensación de que nada puede ocurrirle, nada puede dañarlo, nada puede afectarlo. Thomas Wolfe lo tiene, y Ernest Hemingway lo tenía. Yo lo tuve una vez, pero después de una serie de desastres, muchos de ellos responsabilidad mía, algo le ocurrío a mi sentimiento de inmunidad y perdí pie