sábado, 25 de agosto de 2007

Paseo

Como si no fuera nada distinto
a todo lo que llevamos haciendo
abramos, ahora, como con seguridad,
cada calle de nuestros cuerpos.

Propio de la sangre es no quedarse quieta:
huyamos, entonces, a pesar de las estatuas
de granito en forma de personas
y sin la certeza de llegar a lugar seguro.

Además del barro, mi historia,
y páginas no dedicadas a tu nombre,
es esto lo que tengo para vos:
manos que no conocieron más que el frío inmóvil
pero próximas a tu pecho ahora
que estás conmigo.

Al cesar todo temblor
quiero que me muestres lo que antes me había horrorizado:
la luz, la rosa, el día;
la belleza de un cuerpo que es el tuyo.
Que tu boca impregne la fruta
que hasta hoy saboreé amarga.

domingo, 12 de agosto de 2007

Poema

Morí.

Esta mi herencia:
una voz que, vencida, no pudo más que ser sincera y transparente,
ascender temblorosa y sin ritmo a través de la garganta,
ante el juicio de la página en blanco.

Es real el poema
y real el riesgo del poema:
no canto a lo que no es,
ciegos ahora mis ojos
ante la revelación
de un corazón
tan cansado
como oscuro y triste.

Pero más allá de la ceguera
los latidos seguían siendo míos;
dejé que hablaran en verso
y ahora queda un último aliento.

Durante las noches
dos fuerzas como ríos
surcaban ambos lados
de mi columna;
las aprehendí sin comprenderlas,
sabiéndolas íntimamente mías
las manoseé lo menos posible
y con los dedos más puros.
Eran verdades del momento
y sin embargo capaces de desnudarme
para mostrar la materia eterna
que me roe a todas horas.

Me quité el peso de tristeza de los hombros
y lo introduje en mi boca.
Mordí y tragué no en gesto de resistencia
sino como sumisión.
Acepté una realidad que luego
sentí aflorar en todos los poros de mi piel.

Y entonces estuve vivo.
Acepté mi nombre y
tuve un sitio, un cuerpo y un rostro.
Me pronuncié en lugares comunes
y me escucharon, como si
viniera de muy lejos, marcado
de historias inéditas.
Mi huella quedó
marca atemporal
registro permanente
entre todo lo que perece
o se repite: ojos que destellan
recibiendo el sol del atardecer,
manos en otras manos;
guardan mi aroma peso y forma
la cama en la que yací exhausto
y las sábanas que me cubrieron
como la piel de los que no dormían conmigo.
Di mi cuerpo a otros cuerpos
choque súbito de deseo
o reposo de madrugada
hasta que las anatomías,
iguales o distintas,
se fundían en una.
Agarré las máscaras libres de cicatrices con las que
vestí mi cara;
susurré vida a mi nuevo rostro
para poder compartirme por completo:
y digo, ¿vale más la mentira toda desnuda
que el peso de la verdad oculta?

Lo que no sabía
(lo que no podía saber)
era que nacer siempre duele
y que me cansaría
mucho antes de haber llegado a destino
o que sería abatido por la más mínima
piedra.
Lo que no sabía, a fin de cuentas,
era que vivir costara tanto.

¿Y qué más decir, qué agregar,
qué otros versos sumar
a los versos (materia de olvido)
que ya legué al tiempo
ahora que mi vida
fue la mejor obra posible
y que otros son las páginas
en que seré leído?

Y sin embargo esta desazón
que perdura: no haber escrito
o vivido lo suficiente
como para que en ello
se me hubiera ido la vida.

miércoles, 1 de agosto de 2007

La literatura me ha permitido siempre comprender la vida pero, precisamente por eso, me deja fuera de ella. Ser sólo una persona me parecía muy poco. De un tiempo a esta parte yo quiero ser extranjero siempre. Mi vida la doy por terminada. Ahora prefiero contármela.

ENRIQUE VILA-MATAS