Morí.
Esta mi herencia:
una voz que, vencida, no pudo más que ser sincera y transparente,
ascender temblorosa y sin ritmo a través de la garganta,
ante el juicio de la página en blanco.
Es real el poema
y real el riesgo del poema:
no canto a lo que no es,
ciegos ahora mis ojos
ante la revelación
de un corazón
tan cansado
como oscuro y triste.
Pero más allá de la ceguera
los latidos seguían siendo míos;
dejé que hablaran en verso
y ahora queda un último aliento.
Durante las noches
dos fuerzas como ríos
surcaban ambos lados
de mi columna;
las aprehendí sin comprenderlas,
sabiéndolas íntimamente mías
las manoseé lo menos posible
y con los dedos más puros.
Eran verdades del momento
y sin embargo capaces de desnudarme
para mostrar la materia eterna
que me roe a todas horas.
Me quité el peso de tristeza de los hombros
y lo introduje en mi boca.
Mordí y tragué no en gesto de resistencia
sino como sumisión.
Acepté una realidad que luego
sentí aflorar en todos los poros de mi piel.
Y entonces estuve vivo.
Acepté mi nombre y
tuve un sitio, un cuerpo y un rostro.
Me pronuncié en lugares comunes
y me escucharon, como si
viniera de muy lejos, marcado
de historias inéditas.
Mi huella quedó
marca atemporal
registro permanente
entre todo lo que perece
o se repite: ojos que destellan
recibiendo el sol del atardecer,
manos en otras manos;
guardan mi aroma peso y forma
la cama en la que yací exhausto
y las sábanas que me cubrieron
como la piel de los que no dormían conmigo.
Di mi cuerpo a otros cuerpos
choque súbito de deseo
o reposo de madrugada
hasta que las anatomías,
iguales o distintas,
se fundían en una.
Agarré las máscaras libres de cicatrices con las que
vestí mi cara;
susurré vida a mi nuevo rostro
para poder compartirme por completo:
y digo, ¿vale más la mentira toda desnuda
que el peso de la verdad oculta?
Lo que no sabía
(lo que no podía saber)
era que nacer siempre duele
y que me cansaría
mucho antes de haber llegado a destino
o que sería abatido por la más mínima
piedra.
Lo que no sabía, a fin de cuentas,
era que vivir costara tanto.
¿Y qué más decir, qué agregar,
qué otros versos sumar
a los versos (materia de olvido)
que ya legué al tiempo
ahora que mi vida
fue la mejor obra posible
y que otros son las páginas
en que seré leído?
Y sin embargo esta desazón
que perdura: no haber escrito
o vivido lo suficiente
como para que en ello
se me hubiera ido la vida.
domingo, 12 de agosto de 2007
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2 comentarios:
es precioso. congrats :)
Buenos escritos.
Pasate por mi blog cuando quiras.
Beso
Nat.-
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