lunes, 29 de enero de 2007

Antonio Gamoneda

EL VIGILANTE DE LA NIEVE

1. El vigilante fue herido por su madre;

Describió con sus manos la forma de la tristeza y acarició
cabellos que ya no amaba.

Todas las causas se aniquilaban en sus ojos.

* * *

2. En la ebriedad le rodeaban mujeres, sombra, policía, viento.

Ponía venas en las urces cárdenas, vértigo en la pureza; la flor
furiosa de la escarcha era azul en su oído.

Rosas, serpientes y cucharas eran bellas mientras permanecían
en sus manos.


* * *

3. Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza
y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto
entre las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía
entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda.

* * *

4. Vigilaba la serenidad adherida a las sombras, los círculos donde se
depositan
flores abrasadas, la inclinación de los sarmientos.
Algunas tardes, su mano incomprensible nos conducía al lugar sin
nombre, a la melancolía de las herramientas abandonadas.

Cada mañana ponía en los arroyos acero y lágrimas y adiestraba a los
pájaros en la canción de la ira: el arroyo claro para la hija
dulcemente imbécil; el agua azul para la mujer sin esperanza, la que
olía a vértigo y a luz, sola en el albañal entre banderas blancas,
fría bajo la sarga y los párpados ya amarillos de amor.

Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateaban su pureza y
sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto entre las
sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía entrar las sombras
en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda









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