martes, 9 de enero de 2007

A 4 de agosto, 7:40 de la mañana

Hubo veces en las que pensé dejarte.
Cuando me acostaba solo y apagado,
o, sobretodo, cuando había otro cuerpo junto al mío
y la respiración suave y dormida de esa figura sin rostro
terminaba en nada cuando a mi espalda
tu fantasma helaba la habitación
y escribía en el aire o sobre el aire,
como rasgando libros:
los mismos ruidos que escuchabas
en poemas anteriores.

Pero ahora,…no hagas ya más nada bajo esta luna,
-no te repitas “¿por qué ni sangre de mis pechos reventados?”
ni “¿dónde el beso adolescente

que bajaba por mi espalda?”,-
porque estas horas confusas
pudieron sangrar de nuevo
y brillar escarlata y dorado
como si fuesen una sonrisa tuya,
y esta noche se alumbró transparente y naranja
de tus pasos frágiles y cigarrillos.

Y que así permanezca este poema por ahora…
o, por lo menos,
hasta que tengamos que despertarnos de nuevo.