Entonces supe que todo había terminado. Pensé en que debía sentir un impulso romántico propio de mi edad; decirle que no importaba. Y no era que entonces me importara mucho o me resultara imposible de enfrentar. Pero mi impulso fue desear que ella tampoco guardara resquicio alguno de esperanza. Ya era tarde en el parque y dijimos adiós sabiendo que ya nunca tocaría volver a vernos. Pensé por un segundo en rememorar algo suyo con exactitud. No fue hace mucho. No creo en la felicidad desde mucho antes de conocerla, pero confío en que ella sí.
lunes, 26 de noviembre de 2007
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